4 de abril de 2007

Galán de Cabaret


Unos 22 años tenía Melody cuando llegó a trabajar al cabaret de Plaza Italia donde la conocí. Delgada, bajita y dueña de un lindo trasero, su aparición no pasó inadvertida para mí, que llegaba con frecuencia a rematar mis noches de juerga. Instalado en la barra del fondo del boliche, me dediqué a observarla una par de noches mientras ella conversaba con algunos clientes. Sacaba un par de tragos y cuando el parroquiano se ponía jugoso, o apretado, se levantaba y salía.

La tercera vez que la ví, pregunté cómo se llamaba y pedí que me acompañara. De cerca se veía más rica aún y contrastaba fuertemente con el resto de las señoritas del lugar. Hablaba de corrido y no era cargante. Me contó, incluso, que había vivido unos años en Francia. Nos hicimos habitués el uno del otro.

Algunas noches la esperaba hasta el cierre del local y luego enfilábamos hasta Marín 014. Tiraba rico. Lo chupaba que daba gusto y era generosa en poses y movimientos. Me encantaba verla desnuda, con su pelo largo, liso y castaño cayendo sobre sus hombros. Era un verdadero deleite masajear sus blancos pechos, coronados con grandes pezones rosados, mientras ella me lo mamaba con fruición. ¡Qué grandes polvos nos pegamos!

Pero un día desapareció. Dejó de ir al boliche de Plaza Italia y nunca más supe de ella. Una colega me dijo que había conocido a un tipo que la “sacó” del ambiente. Bien por Melody, pensé en ese momento y me olvidé del asunto. Hasta que el lunes pasado, seis años después, iba entrando a un edificio en Apoquindo y me la topé a boca de jarro a la salida de un ascensor.

Me paré y nos saludamos sorprendidos. Repasamos nuestras vidas en unos pocos segundos. Comprometimos un café para alguno de estos días. Tengo su celular y ella el mío. No creo que sea casualidad.