9 de abril de 2007

Mi Primer Topless

Confieso que el encuentro con Melody me tiene medio nostálgico. El otro día, mientras me aprestaba a revisitar esa joya del cine X que es Garganta Profunda (o Deep Throat, para los bilingües), me acordé, a pito de nada , de mi primera visita a un café topless. Fue hace más de 20 años en un pasaje aledaño al viejo Cine Alessandri, cerca del Metro ULA. Recuerdo que era día de preuniversitario y el Huaso Pérez me dice: "Compare, pa qué vamos a ir a clases, demos una vueltecita por ahí". Me hice de rogar con excusas mamonas y, por cierto, hipócritas ("Puta, Huaso, acuérdate que tenemos que dar la Prueba a fin de año", "No podemos faltar" , "Capaz que haya ensayo..."), porque al final cedí y lo acompañé. Ambos de uniforme escolar, con la vieja corbata azul de los liceos fiscales, cruzamos un largo pasillo hasta una puerta de vidrio polarizado. Un neón anunciaba el local "Chika's". Eran las cuatro de la tarde y el portero -otro hipócrita- en principio no nos dejó entrar. "No cabritos, vayánse mejor, después llegan los pacos y nos vamos todos padentro". "Si es pa echar una miradita, no más", rogó el Huaso. Finalmente, tras un breve tira y afloja, entramos.
El Huaso se manejaba como un maestro. Casi a tientas llegó hasta un par de sillas vacías, cerca de lo que, en la penumbra, parecía un escenario. Cada uno con un vaso plástico en la mano, lleno de Free Cola semi desvanecida, nos aprestamos a ver el show. La artista de turno se contoneaba de lo lindo ante la media docena de mirones que estábamos ahí. Luego pasó entre medio de las sillas, con su humanidad bamboleante y sudorosa. Se quitó el sostén frente a mis narices y restregó su tetas en mí. "¡Agarra poh, chiquillo caliente!", me gritó en pleno show, riéndose e indicándome. En ese minuto odié al Huaso y me arrepentí de estar ahí. No supe qué hacer y sólo atiné a mirarla, mientras mi compadre trataba de tirar las manos. Pero faltaba lo peor: "¡Vienen los pacos!", avisó alguien desde la puerta y se enciendieron las luces.
Al segundo, apareció el portero: "A ver pendejos, vengan pacá". Y agarrándonos de un brazo nos sacó detrás del "escenario". Era un cuartucho que hacía las veces de camarín, con ropa tirada en el suelo y unas cortinas que tapaban lo que aparentaba ser un vestidor. Ahí nos metieron. "Esténse calladitos, los huevones", nos sugirió con mirada amenazante. Luego se fue. Pasaron varios minutos, 10 ó 15, quizás 20. Y nosotros, prácticamente petrificados. Sentíamos pasos y voces, movimiento de sillas. "Huevón están allanando está huevá. Seguro nos vamos presos", decía el Huaso. "Cállate, conchetumadre, pa que no nos pillen", alcancé a espetarle, cuando nuestra cortina se corrió de golpe. Una vez más el portero estaba ahí. "Ya, cabritos, vayánse mejor, los pacos ya se fueron. Y no vuelvan el par de huevones calientes".
Salimos. Yo iba mudo; el Huaso, ahora, se cagaba de la risa. "¿Te gustaron las minitas?", me preguntó con tono burlón. "No me hueís, mejor", le respondí, antes de meterme al Metro. A mis espaldas un vendedor de completos gritaba: "Calieeentiiitos....los niñitos".
Pese al lío, el susto y la vergüenza, esa primera experiencia toplera fue decisiva. Hasta hoy.

1 comentario:

Ms. bus stop singer dijo...

Qué increíbles esas experiencias de trance que nos hacen pasar de un estado a otro. Son tan personales cada una, y todos tenemos en algún ambito u otro. Es linda la historia, es casi inocente.